En los paisajes montañosos que unen los pueblos de Morovis y Orocovis, en el corazón de Puerto Rico, serpentea un río de aguas que brillan con una pureza especial: el Río Sana Muerto. Su nombre, lejos de evocar la tristeza, se asocia en estas tierras con historias de sanación y un evento tan insólito como milagroso.

Cuentan los más ancianos de Morovis y Orocovis que las aguas del Río Sana Muerto poseen propiedades curativas únicas, bendecidas por los espíritus de la naturaleza que habitan en estas montañas. Los enfermos acuden a sus orillas en busca de alivio para sus dolencias, sumergiendo sus cuerpos cansados en sus frescas corrientes con la esperanza de recuperar la salud perdida. Muchos aseguran haber sentido una mejoría notable, atribuyendo el poder sanador directamente a las aguas del río.
Pero la verdadera leyenda que da nombre al río ocurrió hace mucho tiempo, durante un entierro en uno de los pueblos cercanos. La procesión fúnebre avanzaba con solemnidad, llevando el cuerpo de un hombre que había fallecido tras una larga enfermedad. Al cruzar una parte empinada y resbaladiza cerca del río, uno de los portadores tropezó. El féretro se deslizó de sus hombros y rodó cuesta abajo, cayendo con un golpe seco sobre las rocas que bordeaban el Río Sana Muerto.
El impacto fue tan fuerte que la caja de madera se rompió, astillándose y abriéndose. Para el asombro y el terror de los presentes, el cuerpo del difunto cayó inerte sobre las rocas. Un silencio sepulcral se apoderó del lugar, roto solo por el murmullo del agua.
Pero entonces, algo inexplicable sucedió. El hombre que yacía sobre las rocas abrió los ojos. Con una voz débil y confundida, pidió auxilio a los aterrados dolientes. La escena era tan impactante, tan contraria a toda lógica, que el pánico se apoderó de los presentes. Sin pensarlo dos veces, la mayoría huyó despavorida, dejando atrás el féretro destrozado y al hombre que acababa de “resucitar”.
Solo unos pocos, paralizados por el miedo y la incredulidad, permanecieron en la distancia. Fue entonces cuando un grupo de personas que no formaban parte del cortejo fúnebre, quizás campesinos que pasaban por el lugar o vecinos curiosos atraídos por el alboroto, se acercaron con cautela. Al ver al hombre con vida, aunque débil y confundido, no dudaron en ofrecerle su ayuda.
Lo levantaron con cuidado, lo llevaron a un lugar seguro y le brindaron los primeros auxilios. Con el tiempo, y para asombro de todos, el hombre se recuperó por completo. Se decía que las aguas del Río Sana Muerto, al entrar en contacto con su cuerpo en ese momento crucial, habían revertido el proceso de la muerte o, al menos, lo habían traído de vuelta a la vida de una manera misteriosa.
Desde aquel día, el río fue conocido como el Río Sana Muerto. Para los habitantes de Morovis y Orocovis, su nombre ya no solo evocaba la posibilidad de la muerte, sino también el poder inesperado de la vida y la curación, un milagro nacido de un accidente trágico a orillas de sus aguas benditas. La leyenda se transmitió como un testimonio del misterio que rodea a la vida y a la muerte, y del poder curativo que, a veces, se encuentra en los lugares más inesperados.
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