Leyenda: El Padre Almeida, Ecuador

Esta historia es muy popular en Quito y tiene como protagonista a un sacerdote bastante peculiar.

Se cuenta que el Padre Almeida era un sacerdote de la época colonial que servía en una de las iglesias de Quito. Sin embargo, a pesar de sus votos y responsabilidades, el Padre Almeida tenía una debilidad muy humana: le encantaba la vida nocturna y las reuniones con sus amigos.

Una noche, mientras sus feligreses dormían, el Padre Almeida decidió escaparse del convento para ir a una de sus acostumbradas tertulias. Con mucho sigilo, salió a la calle y se dirigió al lugar de encuentro. La noche era oscura y silenciosa.

Mientras caminaba, sintió que alguien lo seguía. Volteó y vio una figura encapuchada que caminaba detrás de él. El Padre Almeida, algo asustado pero curioso, aceleró el paso, pero la figura también lo hizo. Finalmente, la figura lo alcanzó y le tocó el hombro.

Al voltear, el Padre Almeida se llevó la sorpresa de su vida: ¡era la Muerte en persona, con su túnica negra y su guadaña! La Muerte le dijo que había llegado su hora.

El Padre Almeida, conocido por su ingenio y labia, no se dio por vencido. Con voz temblorosa pero tratando de mantener la compostura, le dijo a la Muerte: “¡Pero cómo va a ser mi hora ahora, si todavía tengo muchas cosas que hacer en este mundo! Además, mire, buena señora Muerte, qué noche tan hermosa hace. ¿Por qué no me acompaña a tomar un trago con mis amigos? ¡Seguro que le encantará!”

La Muerte, sorprendida por la propuesta inusual, aceptó acompañar al Padre Almeida. Llegaron al lugar de la reunión, donde los amigos del sacerdote estaban bebiendo y disfrutando de la noche. El Padre Almeida presentó a la Muerte como una “nueva amiga que venía de lejos”.

La Muerte, aunque un poco fuera de su elemento, se quedó un rato compartiendo con ellos. Bebió (aunque nadie vio cómo lo hacía) y escuchó las historias y las risas. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la Muerte comenzó a impacientarse.

Finalmente, le recordó al Padre Almeida que había llegado su hora. El sacerdote, con una sonrisa pícara, le dijo: “Bueno, mi estimada Muerte, usted me acompañó a mi reunión, ahora yo la acompañaré de vuelta”.

Así, el Padre Almeida acompañó a la Muerte de regreso al lugar de donde había venido. Al despedirse, la Muerte, algo confundida por la experiencia, le dijo al Padre Almeida que le concedería una prórroga en su vida por haberle ofrecido una noche diferente y entretenida.

Desde entonces, se cuenta que el Padre Almeida vivió muchos años más, aunque siempre con la conciencia de que había engañado a la Muerte. Esta leyenda sirve como una advertencia sobre la importancia de cumplir con los deberes, pero también celebra el ingenio y la capacidad de encontrar soluciones inesperadas, incluso ante la mismísima parca.

Texto e imagen en colaboración con Gemini IA.