En los ríos caudalosos y las quebradas escondidas de Colombia, donde la vegetación exuberante se refleja en aguas oscuras y misteriosas, habita una figura legendaria que despierta tanto temor como fascinación: El Mohán. No es un simple monstruo, sino un espíritu acuático complejo, con una historia que se entrelaza con las creencias indígenas y las tradiciones campesinas.

Se describe al Mohán de diversas maneras, pero una imagen recurrente es la de un hombre corpulento, de piel oscura y velluda, con una larga cabellera que le cae hasta la cintura y unos ojos brillantes y penetrantes. A menudo se le representa con dientes afilados y manos grandes y fuertes, capaces de mover rocas y arrastrar embarcaciones. Sin embargo, su apariencia puede variar, adaptándose a la percepción y el miedo de quien lo encuentra.
El Mohán es considerado un ser ambivalente. Por un lado, se le atribuyen actos maléficos. Se dice que roba las carnadas de los pescadores, enreda sus redes y vuelca sus canoas, causando accidentes y pérdidas. Se le culpa de la desaparición de personas que se aventuran solas cerca de los ríos, especialmente mujeres jóvenes de las que se dice que está enamorado, atrayéndolas con su canto hipnótico o arrastrándolas a las profundidades de su morada subacuática. También se le asocia con las crecidas repentinas de los ríos y otros fenómenos naturales peligrosos.
Por otro lado, existe la creencia de que el Mohán es un protector de los tesoros escondidos en el lecho de los ríos y las cuevas cercanas. Se dice que aquellos que logran ganarse su favor pueden ser recompensados con pepitas de oro o piedras preciosas. Algunas leyendas incluso lo presentan como un guardián de la naturaleza, castigando a quienes contaminan las aguas o destruyen los bosques ribereños.
La morada del Mohán se sitúa en las partes más profundas y oscuras de los ríos, en remolinos peligrosos, debajo de grandes rocas o en cuevas sumergidas. Se dice que allí acumula sus tesoros y a las mujeres que ha raptado, manteniéndolas en un mundo subacuático lleno de maravillas y peligros.
Para protegerse del Mohán, los campesinos y pescadores recurren a diversas prácticas. Evitan silbar o hablar en voz alta cerca de los ríos, pues se cree que esto puede atraer su atención. Algunos arrojan ofrendas al agua, como tabaco o aguardiente, buscando aplacar su ira o pedir su favor. También se utilizan amuletos y rezos para alejar su influencia maligna.
Las historias del Mohán son especialmente populares entre los niños, a quienes se les advierte sobre los peligros de acercarse demasiado a los ríos sin la supervisión de un adulto. La figura del Mohán se convierte así en un elemento de control y aprendizaje sobre el respeto por la naturaleza y sus fuerzas.
A pesar del miedo que inspira, el Mohán también forma parte intrínseca de la identidad cultural de muchas regiones colombianas. Su leyenda se transmite oralmente, adaptándose a las particularidades de cada comunidad y enriqueciéndose con nuevos detalles y matices. Es un recordatorio de la conexión profunda que existe entre el pueblo y sus ríos, fuentes de vida y misterio.
Así, en las noches silenciosas a orillas de los ríos colombianos, el murmullo del agua puede evocar la presencia del Mohán, ese ser enigmático que habita en las profundidades, capaz de la bondad y la maldad, un espíritu ancestral que sigue vivo en la imaginación popular, recordándonos la fuerza indomable de la naturaleza y los secretos que aún se esconden bajo la superficie de sus aguas.
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