Leyenda: El Silbón, Venezuela

La leyenda de “El Silbón”, es una de las más famosas y aterradoras del folclore venezolano, especialmente arraigada en los Llanos.

Cuentan en las vastas y solitarias sabanas de los Llanos venezolanos que, sobre todo durante la época de lluvias (mayo a noviembre), vaga una figura espeluznante conocida como El Silbón. Es un espectro descrito como un hombre exageradamente alto y delgado, casi esquelético, que viste un liqui-liqui (traje tradicional) raído y un sombrero de ala ancha que le ensombrece el rostro. Carga sobre su hombro un saco pesado y lleno.

Pero lo más característico y aterrador de El Silbón es su silbido. Emite una serie de notas musicales lúgubres y penetrantes, que se asemejan a la escala musical (do-re-mi-fa-sol-la-si-do), subiendo en tono y luego bajando. La leyenda advierte algo crucial y paradójico sobre este silbido: si lo escuchas agudo y claro, significa que El Silbón está lejos y no hay peligro inmediato. Pero si lo oyes grave, opaco y como si viniera de muy cerca… ¡cuidado!, porque significa que El Silbón está justo a tu lado, y probablemente ya es demasiado tarde.

Dentro del saco que carga no lleva provisiones, sino los huesos de su propia víctima original: su padre. Al caminar, los huesos chocan entre sí, produciendo un sonido seco y macabro que a veces acompaña al silbido.

La historia del origen de El Silbón es tan trágica como violenta:

Se dice que en vida fue un joven muy malcriado y consentido. Un día, tuvo un antojo y le exigió a su padre que cazara un venado para comerle las “asaduras” (vísceras, generalmente el hígado y el corazón). El padre se fue de cacería, pero tras buscar infructuosamente, regresó con las manos vacías. El hijo, enfurecido por no ver cumplido su capricho, en un arranque de ira tomó la escopeta (o un cuchillo, según la versión) y mató a su propio padre. Luego, con una frialdad pasmosa, le extrajo el hígado y el corazón y se los llevó a su madre (o abuela) para que los cocinara.

La mujer, al preparar la carne, sospechó por su dureza y mal aspecto (algunas versiones dicen que los perros de la casa se negaban a comerla). Interrogó al muchacho, quien terminó confesando su horrendo crimen. El abuelo del joven (o a veces otros hombres de la familia o comunidad), al enterarse del parricidio, decidió tomar la justicia por su mano. Sometió al muchacho a un castigo brutal: lo ataron a un poste en medio de la sabana, le dieron latigazos hasta desollarle la espalda, restregaron ají picante o limón en sus heridas para aumentar el tormento y, finalmente, soltaron contra él a un perro bravo y hambriento (llamado a menudo “perro tureco” o “perro del diablo”) para que lo persiguiera. Antes de liberarlo a su suerte, el abuelo lo maldijo, condenándolo a vagar por la eternidad cargando los huesos de su padre en un saco, penando por los llanos y buscando víctimas.

Desde entonces, El Silbón vaga por las llanuras, especialmente en las noches oscuras. Se dice que es un castigo para los borrachos, los mujeriegos y los hombres parranderos. Se acerca sigilosamente a ellos mientras duermen la borrachera en los caminos o en sus casas, les chupa el ombligo para beberse el aguardiente (o su esencia vital) y, si la víctima es un gran pecador o mujeriego, puede llegar a despedazarla y meter sus huesos en el saco junto a los de su padre.

También se cuenta que a veces se acerca a las casas por la noche y deja su saco en el suelo para contar los huesos uno por uno. Si alguien de la casa lo escucha contar, nada malo pasará. Pero si nadie lo oye antes del amanecer, un miembro de esa familia morirá.

Para ahuyentar a El Silbón, la leyenda dice que son efectivos el ladrido de un perro (le recuerda al que lo persiguió), el ají picante (por el castigo recibido) o un látigo. La oración también se considera una protección.

El Silbón es una de las leyendas más vívidas y temidas de Venezuela, un recordatorio sombrío sobre las consecuencias de la falta de respeto a los padres, la violencia desmedida y los vicios.

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