En las tierras montañosas del norte de Santander, específicamente en la región de Ocaña, Colombia, se cuenta una leyenda que se remonta al siglo XVII, una época marcada por la superstición y el temor a lo desconocido. En aquel entonces, en un caserío que con el tiempo también llegó a conocerse como Burgama (o una región cercana con ese nombre), vivieron cinco mujeres que sembraron el miedo y el misterio entre los habitantes: las brujas de Burgama.

No eran mujeres solitarias y marginadas, sino vecinas que, bajo la apariencia de la normalidad, se decía que practicaban artes oscuras y tenían pactos con fuerzas sobrenaturales. La leyenda las describe como mujeres de fuerte carácter y mirada penetrante, que se reunían en secreto durante las noches oscuras, lejos de las miradas curiosas y los oídos indiscretos.
Se rumoreaba que poseían la capacidad de transformarse en animales nocturnos, como lechuzas que ululaban presagios de muerte, murciélagos que chupaban la sangre del ganado o perros negros de ojos brillantes que acechaban en la oscuridad. También se creía que podían volar por los cielos estrellados, reuniéndose en aquelarres donde realizaban rituales extraños y conjuros malévolos.
Los habitantes de Ocaña y los caseríos cercanos temían sus poderes. Se les culpaba de enfermedades repentinas, de la pérdida de cosechas, de la muerte inexplicable del ganado y de cualquier desgracia que azotara a la comunidad. Las madres protegían celosamente a sus hijos al caer la noche, colocando cruces de madera en las puertas y ventanas para evitar la entrada de las brujas.
Una de las historias más difundidas cuenta que estas cinco mujeres tenían un pacto especial entre ellas, una hermandad oscura que les permitía compartir sus poderes y fortalecer sus maleficios. Se decía que juntas eran aún más peligrosas y que sus reuniones nocturnas eran momentos de gran poder mágico.
Para protegerse de sus artes oscuras, los pobladores recurrían a curanderos y sacerdotes, quienes realizaban exorcismos y bendiciones en las casas y los campos. También se utilizaban amuletos y hierbas protectoras para repeler la influencia de las brujas.
La leyenda de las Brujas de Burgama en Ocaña no siempre termina con un final claro. Algunas versiones sugieren que fueron descubiertas y castigadas por la comunidad o por las autoridades religiosas, mientras que otras afirman que lograron mantener sus secretos hasta su muerte, dejando tras de sí un legado de temor y misterio que perduró en la memoria colectiva.

Esta leyenda, arraigada en un contexto histórico específico del siglo XVII en Colombia, refleja las creencias y los miedos de una época en la que lo sobrenatural era una explicación común para los sucesos inexplicables. La historia de estas cinco mujeres de Burgama en Ocaña se convirtió en una advertencia sobre los peligros de la maldad oculta y el poder de la superstición en una comunidad. Y aunque el tiempo haya pasado, el eco de sus oscuras prácticas aún resuena en las narraciones de los más ancianos de la región.
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