Leyenda: Las Brujas, República Dominicana

En los campos salpicados de bohíos y bajo el manto estrellado de la República Dominicana, donde el silencio de la noche solo es interrumpido por el croar de las ranas y el ulular ocasional de una lechuza, se tejen historias de seres misteriosos y temidos: las brujas. No son las ancianas arrugadas montadas en escobas de los cuentos europeos, sino mujeres que, se dice, poseen un pacto oscuro y la habilidad de transformarse y volar por los cielos nocturnos.

La creencia en las brujas dominicanas se arraiga en una mezcla de tradiciones indígenas, africanas y europeas, dando como resultado una figura compleja y temida. Se les describe como mujeres comunes durante el día, vecinas quizás, pero que al caer la noche se despojan de su forma humana para emprender vuelos siniestros.

Una de las formas más comunes en que se dice que las brujas dominicanas se transforman es desprendiéndose de su piel. Cuentan que buscan un lugar apartado, a menudo cerca de un río o un árbol solitario, donde dejan su pellejo como si fuera una prenda vieja. En su forma etérea o convertidas en animales nocturnos como lechuzas, murciélagos o perros negros, surcan los aires en busca de sus propósitos, que rara vez son benignos.

Se rumorea que las brujas tienen una sed insaciable de la energía vital de los niños pequeños. Se deslizan silenciosamente en las casas, atraídas por el sueño inocente de los infantes, y les roban el aliento o la sangre, dejándolos pálidos y débiles al amanecer. Para proteger a los niños, las madres colocan ajos trenzados sobre las cunas, cruces de palma bendita o tijeras abiertas bajo los colchones, creyendo que estos objetos tienen el poder de repeler a las malignas voladoras.

También se dice que las brujas pueden causar enfermedades, dañar cosechas y traer mala suerte a quienes les han ofendido o a quienes simplemente desean perjudicar. Sus conjuros y hechizos, susurrados bajo la luna menguante, son temidos por su efectividad y por la dificultad de deshacerlos.

Sin embargo, no todas las historias de brujas son de maldad pura. Algunas leyendas hablan de mujeres con conocimientos ancestrales de hierbas y remedios, capaces de curar enfermedades y aliviar dolores. Estas “brujas buenas” son vistas con respeto y acuden a ellas en busca de ayuda cuando la medicina tradicional falla. La línea entre la bruja maléfica y la sabia curandera a veces se difumina, alimentando aún más el misterio que las rodea.

Para identificar a una bruja, se decía que había ciertas señales: una mirada penetrante y esquiva, un comportamiento solitario o la posesión de objetos extraños y misteriosos. Sin embargo, la verdadera prueba, según las creencias populares, llegaba al sorprenderlas en su forma animal al amanecer. Si una lechuza o un perro negro era herido al alba y luego se encontraba a una vecina con una herida similar, la sospecha se confirmaba.

La leyenda de las brujas en la República Dominicana persiste, aunque con menos fuerza en las zonas urbanas. En los campos y las comunidades más apartadas, el temor y el respeto hacia estas figuras nocturnas aún se sienten. Son un recordatorio de que en la oscuridad, más allá de lo que podemos ver y comprender, existen fuerzas misteriosas que moldean el destino y alimentan la imaginación, transmitiéndose de boca en boca, de generación en generación, bajo el vasto cielo estrellado de la isla.

Texto e imagen generados por Gemini IA.